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Brisa al alma



Son las doce de la noche, estoy sola, sin algún consuelo, hecha un océano de lágrimas. Extraño que mi madre toque la puerta y me pregunte “Querida, ¿estás bien?”, me abracé y, en ese silencio, me expresé que siempre existirá un mañana mejor. Pero simplemente estoy aquí, hecha un ovillo en está sucia cama, que alguna vez, hace unas semanas, olía a lavanda gracias al suavitel, con las mantas sobre mi cuerpo, unas mantas que ya ni calor me pueden proporcionar, con una almohada al final de la cama y maldiciendo a todos los dioses existentes e inexistentes de todo el dolor que siento en esta destrozada alma, con el corazón hecho añicos, preguntándome qué era lo que había hecho mal para merecer aquel tortuoso castigo.


Verás, hace unos meses mamá se había vuelto a casar con un hombre un poco más grande que ella, sin mi consentimiento o aprobación. Sé que suena absurdo e infantil, pero no podía aprobarlo. Sin embargó, ella se casó sin decirme.


Recuerdo ese día. Estaba sentada en la sala de estar, viendo caricaturas como la adulta-joven de veintiún años que era, con un bote de yogur sabor manzana, sin alguna preocupación, a las nueve y media de la mañana, hasta que escuché cómo unas llaves se movían en la cerradura de la puerta principal, sobresaltándome un poco al darme cuenta que la persona, o más bien que las personas que entraban eran mi mamá y un completo desconocido, en una especie de burbuja color de rosa, llena de azúcar y “amor”. Supongo que mi cara era todo un poema lleno de confusión, hasta que mi vista fue a dar a sus dedos anular: unos bonitos anillos de boda en aquellos dedos. Mamá se dio cuenta de la situación percatándose de mi presencia y separándose a una distancia prudente de aquel tipo. En ese momento, quería suponer que mi amada madre estaba buscando una buena explicación con buen argumento, por supuesto, porque sabía que si me decía un argumento carente de razón, lo único que encontraría de mi parte sería un sermón cargado de reproche hacia ella. La observe una vez más, desde el sillón en el que estaba, para, finalmente, pararme, apagar el televisor e ir hacia el lugar en el que se encontraba, mirándole con paciencia como si de una niña pequeña se tratará, a punto de decir el mayor de sus secretos con un poco de nerviosismo; así estaba mi madre, mientras tanto el hombre que estaba a su lado termino diciendo:


—Regreso, linda, iré por las maletas —­y salió sin más que agregar. Vi una vez más a mi madre y capté que estaba suspirando, mientras veía al invitado-desconocido...


­­—Querida, sé que esto es muy repentino, pero creó que ya debías de haberlo sospechado hace mucho tiempo. Yo... en realidad, me casé con Dante ayer en la noche, cuando tú te fuiste a dormir. Lamento no haberte contado de mi relación con él, pero, querida, no quería ver tu reacción. Sé que dije que nunca reemplazaría a tu padre, y tal vez estas decepcionada, pero, para mí, era necesario. Estaba entrando en una especie de depresión post depresión, y no podía con eso. Sólo pido que lo comprendas. Le tomarás cariño a Dante, es una persona increíble, hija. Te lo prometo, volveremos a ser una familia feliz — terminó diciendo.


Solo asentí e intenté hacer una sonrisa, a lo que únicamente me salió una mueca. Decidí que lo mejor era irme a mi habitación a procesar toda la información que había recibido hace unos minutos, o simplemente dormir como la holgazana que era. Opté por la segunda, ya que era la más cómoda de hacer.


Dormí como nunca. Cuando desperté, me traté de convencer que todo había sido un sueño, hasta que tocaron la puerta.


—Adelante —contesté, pensando que era mamá. Me llevé una sorpresa-decepción al ver quien era.


­­—Umm... Hola. Supongo que te has tomado todo esto con sorpresa, ¿no? —Y antes de que pudiera hablar, Dante siguió hablando— Te seré sincero, yo de verdad quiero a tu mamá, la amo con el corazón, pero necesito que me hagas un favor —asentí con detenimiento y entrecerrando los ojos, formando con mi boca un puchero, haciendo que Dante continuara— Necesito que no te interpongas en nuestra relación. Sé una buena hijastra y haz todo lo que yo te diga. También, no omitas mis opiniones y ni se te ocurra sobrepasar mi autoridad, ¿entendiste? —no dije nada, ya que estaba en una especie de trance o shock, como quieras llamarle, de solo pensar en cómo había cambiado la actitud de Dante, en tan solo unos segundos, de una persona amigable a una tosca y sin gentileza. Terminó diciendo— Tu silencio lo tomaré como un sí —para salir de mi habitación en aquel entonces, me sentí demasiado fuera de lugar. Lo dejé pasar, pero, mientras lo dejaba más tiempo, las cosas empeoraban.


Mamá se volvió cortante conmigo, y, aunque al principio no quería aceptarlo, sabía que todo tenía que ver con la llegada de Dante a la casa. Mi madre me reprochaba que aún no encontraba un trabajo a mis veinte dos años con una licenciatura de filosofía, porque sí, ya había pasado más o menos un año del casamiento de mi madre, y sí, también había estudiado filosofía, pero lo que pasaba es que no me había dignado a buscar un trabajo, ya que, no lo sé, me daba paja buscar alguno.


Hasta que llegó el momento que jamás me hubiera gustado presenciar mi mamá peleando con Dante acerca de que yo me debía de hacer independiente, que no podía estar de sanguijuela en aquella casa. Y sí, Dante ganó. Me tuve que separar de ella, de la mujer que me había dado la vida, la mujer que me había alimentado y dado educación después de la muerte de mi papá, la mujer que lograba sacarme, fácilmente, una sonrisa, como también podía sacarme lágrimas de cocodrilo. No quise mostrarme débil ante aquellos ojos llenos de victoria, y por “esos ojos” me refiero a los de Dante.


Vine a dar a un departamento que se encontraba a tres horas de la casa de mamá; lo básico y más barato que mi bolsillo podía pagar. Lo que me daba algo de tranquilidad es que ellos habían acordado conmigo pagar los tres primeros meses de renta. Encontré un trabajo no muy lejos, en donde el dinero a duras penas me alcanzaba para pagar todo lo que era necesario, limitando los pequeños lujos que podía darme ahí. Pero, aunque todo se viera bien, me vi envuelta en una soledad que era difícil de llevar, en donde el silencio era mi asfixiante castigo. Y una vez más recordaba a mi madre. La extrañaba. Ya no sé ni siquiera qué hacer.

Me he hundido en la depresión, una fosa sin salida, o bueno, así es como yo la veo. Como decía, estaba hecha un ovillo en mi cama llorando desconsoladamente, hasta que escuche una voz que cambiaría mi vida. Y no, no era mi maravillosa hada madrina. Esto no es un cuento de hadas.


Seguí llorando y, una vez más, escuché esa hermosa voz que transmitía calma, seguridad y un anhelo por saber de dónde provenía. Busqué en toda la habitación, pero no encontraba nada.


—¡Oh, por Dios! Ya estoy imaginado cosas —dije. Rápidamente cerré la boca al escuchar de nuevo esa voz, pero esta vez me estaba cantando una canción, una canción con una bonita letra, que hizo a mi corazón latir demasiado rápido. Tomé la decisión de abrir mi ventana.


Entró una suave brisa, la cual me hizo enderezarme y suspirar, escuchando la canción. Fue cuando caí en cuenta de que la luna llena era la que me estaba dedicando una canción. Mi corazón dio un vuelco, por primera vez en todos esos 6 meses que había pasado en depresión. Sentí paz y como si un peso se quitara de mi espalda. Agradecí a la luna por consolarme. Seguía llorando, pero puedo atreverme a decir que el océano de lágrimas se había apaciguado, y sólo aquellas desgraciadas eran de felicidad. Me enamoré de la luna Ella todo ese tiempo había sido mi confidente y lo seguiría siendo. Había sido ese hombro para llorar y había logrado ganarse mi corazón quebrantado.


Para finalizar yo Berenice, puedo decir que no todo es lindo, pero déjate llevar por la brisa que la luna te dé, y sólo aprecia esa canción que te ha dedicado.



Mariana Cuamatzi (2001, Tlaxcala - México) Estudiante de preparatoria, una de sus pasiones es escribir, logrando así expresar sus sentimientos de mejor manera.



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