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El burro y su importancia en el salón de clases


Si hay un sujeto casi exótico y relegado al mismo tiempo, es aquel que lleva la etiqueta de burro. Dentro del salón de clases, los docentes separan en grupos, creando perfiles para agilizar el trabajo. En estos perfiles encontramos al aplicado, el copión que pasa, al barbero, al consentido sin razón aparente, el ausente, el que llega tarde, el término medio y, por último, al burro.


El burro tiene un rasgo que encuentro interesante, a pesar de que sea un dolor de cabeza al momento de lidiar con él. Para el burro, el “6 es todo y lo demás vanidad”. Para los puristas de la educación que lleguen por azar a leer este texto, encontrarán tal eslogan como una falta de respeto hacia su práctica profesional. El ausente de cualquier elogio o estimulo positivo por parte de los docentes, curiosamente, junto al aplicado, es figura referencial. Pero, ¿por qué?


Curiosamente, el burro tiene una ventaja en su razón bruta: tiene una competencia e inteligencia social alta. El siguiente texto no intenta sopesar o, inclusive, verse permisivo frente al rezago educativo o que alumnos no culminen sus estudios. Durante mis lecciones, siempre me han asignado grupos con bajos índices de aprovechamiento académico –una forma técnica de llamarles “burros”. Regresando al tópico, los burros siempre intentan conseguir sus metas mediante la persuasión, que, si bien rayan en lo sínico, son creativas vías que el burro construye para salirse con las suya.


Por su parte, el alumno con altos índices trabaja solo y para él; siempre está al pendiente; por lo general, madura con su construcción de saberes; es participativo; siempre direcciona sus objetivos a lugares seguros; parte de bases sólidas. Curiosamente, sufre lo mismo que el burro: por lo general, es rechazado y aceptado.


El burro maneja el fracaso a su conveniencia. El fracaso y el error, para el burro, se han masterizado hasta el punto de poder mesurarlos. Por ejemplo: al momento de reportarles sus calificaciones finales, el burro ya está predispuesto y pensando en una estrategia ajedrecista y en una negociación para sacar el mejor partido a X situación que no es un buen partido.


Hasta aquí ya tenemos un perfil, pero ¿cuál es su importancia en el salón de clases? En class management (manejo de clases), se le instruye al futuro docente a encontrar estrategias para controlar a sus alumnos. Pero el burro sigue siendo un enigma. Con lo anterior, intento decir que tanto el burro como el inteligente son figuras extremistas que ayudan al resto de los alumnos para definirse a sí mismos, ya que esta dicotomía vive dentro de los mismos. El burro y el inteligente son facetas relativas en el proceso de aprendizaje. Podría describirse como estadios en que el alumno mesura su avance, su mejoramiento. Por ejemplo: cuando iniciamos al aprendizaje de cualquier tópico, hay un desconocimiento, sin importar si tienes experiencias previas; hay un desconocimiento… Bueno, tiempo después de trabajar con dicho tópico, vas conociendo y aprendiendo esas subdivisiones. Obtenido ese conocimiento, llegamos a otro nivel (especialización) que nos sitúa como burros otra vez.


El placer y la disciplina deben combinarse para llegar a un balance. Por mucho que suene a un viejo proverbio chino, el alumno debe entender que es necesario conocer esas facetas medulares y que no debería ser punitivo caer en alguno de los dos clichés. Lo realmente malo sería no aprovechar las ventajas y desventajas de los dos perfiles.



Hugo de Jesús

Licenciatura: Enseñanza de Lenguas Universidad Autónoma de Tlaxcala


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